lunes, 9 de mayo de 2016

Lamentos nocturnos


Sería muy tedioso relatar los sucesos que me orillaron de ser prospero a no tener un lugar donde vivir. Esta demás decir que me encontraba físicamente exhausto y mentalmente abatido. Principiaba el otoño de mi vida cuando  me mude al lugar de origen de mis padres con el único propósito de recobrar mis fuerzas y rehacer mi vida. No es mi intención ahondar sobre la ausencia de mis progenitores en mi atormentada existencia, sino narrar los acontecimientos que tuvieron lugar en los últimos días de haberme establecido en este terruño.

Arribé a esta población rural en los días finales de abril de 1978. Para los pobladores, apenas parecía importarles la fecha que transcurría. En esta villa todo era muy rústico. La electricidad y otros conceptos de modernidad eran temas vagamente comprensibles para la gran mayoría. La vegetación exuberante contrastaba con la escasa simpatía de los habitantes hacia los forasteros. Aún cuando yo había nacido aquí, me dio la impresión de  que me veían por primera vez.  El rechazo lo atribuí, en un principio, a la naturaleza propia de los pueblos de estos lugares; vivían bajo sus usos y  costumbres.  Sus creencias eran verdades fuera de toda discusión. 

Me aboqué en conseguir un espacio para montar mi residencia temporal. Tras muchos años de abandono, las tierras de mi padre habían sido concedidas a otras personas. Como una muestra de generosidad, las autoridades del lugar me permitieron establecerme en un terreno que, dicho sea de paso, había sido de mi padre y hasta ese momento permanecía intestado. Comprendía un área rectangular de aproximadamente una hectárea. Tenía escaso o ningún interés en reclamarlo como propio. 

El solar estaba cubierto de árboles frutales propios de esta región tropical. En la parte poniente se observaba una casucha derruida con claros indicios de haber sufrido un incendio. Por lo que pude averiguar había sido habitada hacía poco tiempo. No obtuve más detalles de los ocupantes. La ubicación era muy practica por su cercanía a un camino real en la parte oriente  y  un arroyuelo corría a escasos treinta metros en la parte poniente.  Inicialmente me instalé en esta choza en ruinas. Mi intención eran edificar algo más sólido. Al carecer de la  habilidad  suficiente para reconstruir una vivienda a la usanza local, solicité la ayuda de algunos amigos de mi padre, quienes al principio se mostraron algo renuentes, pero accedieron finalmente dado el apoyo económico ofrecido. 

No era el único habitante en esta parcela. Había una choza en la parte sureste,  a escasos treinta metros de mi nuevo hogar. Mi vecino  raramente se dejaba ver fuera de su casa. De las pocas veces que logré verlo,  me di cuenta que era una hombre mestizo,  de unos cincuenta años, delgado y pelo entrecano. La mayor parte del tiempo parecía perdido en sus cavilaciones internas. Dudo que alguien supiera su nombre verdadero. Acorde a lo que alcanzaba a escuchar, llevaba viviendo pocas semanas en este lugar.  Entre susurros, los amigos de mi padre emitían juicios sobre su desconocida vida. Algunos decían que había perdido la cordura, otros mas, que había cometido algún crimen en su lugar de origen y había buscado refugio por estos lares. Los más fantasiosos comentaban que era un practicante de las artes ocultas. Sostenían que en más de una ocasión habían escuchado sonidos guturales durante el día y palabras en un idioma desconocido por las noches; lo más sorprendente, no habían logrado entender por que medios obtenía su sustento. Creí que empezaba a entender, no solo su temor a mi vecino sino a toda persona ajena a estas tierras. 

A  pesar del mutismo acostumbrado de los habitantes, logré enterarme que algunos años atrás, habían sido desenterradas algunas figuras de piedra y barro en la otrora posesión de mi padre. Por la descripción que hacían de los mismos deduje que serían objetos prehispánicos. Alguien mencionó que habían descubierto una especie de tumba que contenía un esqueleto en un estado de conservación admirable. Según sus palabras, este terreno estaba encantado.  El temor los hizo dejar todo en su lugar para evitar que alguna maldición se cerniera sobre ellos. Evitaban proporcionar detalles sobre la ubicación exacta de los restos encontrados. Entre sus pláticas,  involucraban una vez más a mi vecino: al ser un hechicero, él podría manipular los objetos que permanecían enterrados en esta área, dotándole de un poder insospechado; era una razón suficiente para evitar hablar en voz alta sobre sus descubrimientos. Tuve la impresión de que  ocultaban algo más o  la superstición los hacía guardar silencio. 

Un interés había nacido en mí. Mientras mi vivienda era reconstruida, buscaba indicios de la tumba mencionada. Logré ubicar un área dentro de mi misma choza,  donde la facilidad para excavar era más fácil que en otras partes. Concluí que la tierra había sido removida previamente. Además, mi esperanza aumentó al desenterrar fragmentos de objetos de barro; ignoraba su antigüedad o su valía. Evite hacer comentarios sobre mi descubrimiento para no levantar sospechas; ya tendría tiempo para proseguir con mi excavación y, llegado el momento, solicitaría la ayuda de algún experto en la materia para la valoración de los objetos. 

En pocos días mi choza estaba terminada. Tenía forma circular; el material utilizado fue madera para la estructura y  paja para el tejado. Había espacio suficiente para un camastro de madera, un pequeño brasero construido con barro y piedra, una mesa y una silla; todos los muebles eran muy rústicos. De cierta manera me sentía satisfecho con mi posesión.

La noche del estreno de mi hogar, el sueño me negaba su cita nocturna. Escuché por un tiempo considerable el ladrido de los perros en la lejanía, irrumpiendo de vez en cuando, el canto de algún pájaro noctámbulo. Con razonamientos lógicos intentaba invalidar una creencia común: el canto  de los gallos antes de medianoche, auguraba, dentro de pocos días,  la muerte de  una persona o una desgracia mayor. Sentí un alivio de no escuchar sus cantos en esa noche; necesitaba más tiempo para eliminar los efectos de esa creencia. Luego, fui siendo consciente de los sonidos más cercanos, tal como el movimiento de las ramas de los árboles que rodeaban mi cabaña o el canto de los grillos. En algún momento, creí escuchar un rasguño muy leve en la madera; tal vez algún insecto buscaba su alimento. Al final, percibí un zumbido muy leve pero continuo. No parecía provenir del exterior sino de mi interior; probablemente era el resultado de aguzar mi organismo para distinguir los sonidos que componen la noche. Llegado a este punto, empezaba a sentir la pesadez de mis párpados.

El concierto de sonidos en mi interior me iban sumiendo en una inconsciencia deseada. Entonces, en la lejanía, un quejido parecido al de un recién nacido me puso en alerta. Era un sonido apenas perceptible que se escuchaba a intervalos regulares.  El camino real quedaba a escasos doscientos metros. Podría ser alguna pareja con su hijo a quienes la noche había sorprendido. El lamento se acercaba desde la parte oriente. En cualquier momento podría estar frente a mi puerta. Intenté distinguir algo entre los barrotes que componían mi choza. La oscuridad era absoluta y los sonidos habituales de la noche parecían haber hecho una pausa. El sonido perturbador era más claro, se asemejaba al maullido de los gatos en celo, pero sin la estridencia acostumbrada de los  felinos; era más bien un lamento bajo e intermitente. Lo escuche siete veces más; el lamento cesó justo frente a mi puerta. Estuve respirando solo lo indispensable para poder escuchar de la mejor manera. Si en algún momento tuve la intención de levantarme o gritar: -¿quien anda ahí?, la descarté de inmediato, quería tener la certeza del emisor de tan singulares quejidos;  debo de admitirlo, un extraño temor se apoderó de mí. El sonido se alejó de la misma manera como había llegado. Debí permanecer mucho tiempo en guardia, misma que terminó al quedarme dormido. 

Al día siguiente, desde mi jacal, observé que mi vecino estaba sentado en su corredor de piedra. Su atuendo se conformaba de las mismas ropas de días anteriores; su desaliño total era evidente. Me encaminé, con toda la intención, hacia la vereda que conducía a su tejaban.  Lo saludé al pasar frente a él, pero no me devolvió el gesto. Alcancé a distinguir una sonrisa burlona de su enjuto rostro.

La noche había llegado. Muchos pensamientos daban vueltas en mi cabeza sobre los lamentos de la noche anterior. Tal vez el cansancio era el culpable. Quizá  fue un sueño vívido. También pudo haber sido un animal salvaje. Sobre mi vecino: la propiedad no era suya, pero seguramente el la asumía como tal y buscaría una manera de alejarme de ahí.  Tuve, sin embargo, la precaución de no contar mi experiencia a los amigos de mi padre por el temor de ser etiquetado como un desequilibrado. En estas regiones, solo había una explicación para las  personas con indicios de locura:  habían sido afectadas por un embrujo que les afectaba la razón. Una vez emitido este diagnostico, se relegaba a la persona afectada a vivir en un lugar apartado, donde apenas si se le proveía de alimento y un medio de curación; si es que esto último se le podía considerar como tal.  Una especie de chaman efectuaba una serie de ritos antiquísimos para liberar a la víctima del hechizo que lo atormentaba; en mas de una ocasión se ofrecían sacrificios de animales. 

Cavilando sobre los últimos sucesos me fui quedando dormido. Fue el lamento que me hizo salir de mi inconsciencia. El mismo sonido perturbador con las pausas de la noche anterior. Se detuvo justo frente a mi puerta. Me puse de pie lentamente. El quejido se alejaba de mí conforme mis torpes pies avanzaban en la oscuridad de mi cuarto. No era sensato ponerme a perseguir un animal salvaje, o lo que fuera, en plena oscuridad. Me prometí que al día siguiente tendría un machete y mi linterna sorda a la mano.  Esa noche, en más de una ocasión desperté sobresaltado por pesadillas que recordaba solo por segundos pero que me atormentaban por horas. Era tal mi angustia, que evitaba quedarme dormido. Una especie de repulsión hacia esta tierra nacía en mi interior. Consideré la posibilidad de buscar otro refugio. Al final, concluí que permanecería un tiempo más; si la situación se hacía insoportable entonces me mudaría. 

Al día siguiente,  dediqué mis esfuerzos en preparar las herramientas que me ayudarían en la caza del visitante nocturno. Caminé a mis alrededores para reconocer el terreno por donde había escuchado el lamento. Ese día no vi a mi vecino en su corredor, sin embargo, sentía la pesadez de su mirada a través de los barrotes de su cabaña. Podía asegurar que escuché unos sonidos guturales al pasar muy de cerca de su choza.  

Era la tercera noche desde que el lamento hizo su aparición. Esta vez estaba decidido a  ponerle fin. Esperaba con la impaciencia propia de alguien que ha preparado una sorpresa y espera con ansias la reacción de la víctima. Avanzada la noche escuché que mi vecino profería frases en un idioma desconocido.  A pesar de mi precaución, me quede dormido. Sería antes de medianoche cuando desperté sobresaltado. La luna nueva ya había dejado de ser visible, por lo que noche era más negra y los sonidos habituales hacían una pausa. Lo sabía, era el preludió de algo perturbador. Entonces lo escuché acercarse como en los dos días anteriores. Ya estaba ante mi puerta. No espere más... salí de mi choza dando trompicones. Solo tomé mi linterna. Me lancé en una persecución desesperada para atrapar algo intangible. Cuando pensaba que  le había dado alcance encendía mi linterna, solo para escuchar el lamento a la misma distancia aparente.  Tenía la impresión de que millares de ojos infernales me vigilaban desde cualquier punto en mi alocada carrera. Mis pies buscaban desesperadamente ganar una ventaja y sorprender al causante  de los abrumadores gemidos. Mi última esperanza, un atajo en el camino. Cruce el arroyuelo en la parte poniente,  tratando de seguir una línea recta y sorprender al causante de mis desdichas en una curva del camino. Mismo resultado. Seguí con la persecución, pero ya no con la intención de darle alcance sino de alguien que no acepta la derrota y le avergüenza admitirla.  

De camino de regreso a mi choza, estaba en una agitación extrema. Intenté llamar a algún vecino; para mi desesperación, las palabras se negaban a salir. Entré trastabillante a mi cabaña y me acurruqué en un rincón de mi cuarto.   

En los días siguientes, fui perdiendo paulatinamente el control sobre mi persona. Me quedaba encerrado por largas horas en mi cabaña. Me había procurado una despensa muy completa en días anteriores pero apenas si probaba bocado últimamente. Al llegar la noche, iniciaba un rito ya no por iniciativa propia sino impulsado por algo fuera de mi comprensión.  Mis alocadas carreras parecían ser parte de un juego macabro cuyo fin desconocía. Como preludio, escuchaba  cada noche una retahíla de frases emitidas por mi vecino en un lenguaje desconocido. 

Era la séptima noche desde que fui presa de los lamentos, cuando el canto de los gallos antes de medianoche se dejó escuchar. En la lejanía logré distinguir el quejido lastimero para nuestra cita habitual. Al concierto de esa noche se unieron unos cánticos de mi vecino. Noté un cambio apenas perceptible: en días anteriores eran solo palabras en un lenguaje ininteligible como invocando al quejido infernal; esta vez fueron unos cánticos emitidos después del primer lamento.  El canto era proferido en un dialecto indígena que mi abuela paterna utilizaba. La convivencia con mi mentora durante los primeros años de mi niñez, me ayudo a entender el dialecto. Mi vecino canturreaba una serie de invocaciones a una deidad. Era acompañado por una especie de danza, aun cuando no podía ver sus movimientos, escuchaba pasos y su voz no provenía de un punto fijo.  En los versos finales se ofrecía una clase de sacrificio y promesas incomprensibles para mí. 

Concluí que mi vecino pretendía ser practicante de alguna clase de magia, tal como lo especulaban los pobladores. Él era el culpable de todo. De algún modo, él había ideado algún método para emitir sonidos perturbadores; algún gato o ave entrenada para tal fin.  Todo debería tener una explicación lógica. Con sus canticos, procuraba darle credibilidad a la creencia de la gente. Era claro, él deseaba reclamar esta propiedad para sí y buscaba alejar a algún heredero incomodo. 

El lamento se acercaba cada vez más. Era inútil perseguir algo que no se podía ver; un plan ideado por un vecino astuto. Ignoro si intenté seguir el juego de la persecución. Los efectos de no dormir bien, empezaban a causar estragos en mi persona. Dejé de ser consciente de muchas cosas; incluso algunas muy básicas como comer o dormir. 

Me despertaron los gritos de los pobladores. Un incendio estaba consumiendo la cabaña de mi vecino. Intentaban apagar el fuego con baldes de agua. Este incidente me tomó totalmente por sorpresa. Un pensamiento se apoderó de mí: ¿En mi desesperación, habré incendiado la choza de mi vecino? Mis emociones eran un vaivén entre un miedo terrible y la satisfacción de estarme liberando de alguien indeseable. Pensé en ayudarles a extinguir el fuego. Contuve mi impulso; era obvio que me cuestionarían. Presencie los estertores iniciales de la pira funeraria de mi vecino desde una distancia considerable. Increíblemente el fuego, fue controlado.  

Logré escuchar que mi vecino no se encontraba dentro de su choza.  Después de todo, tal vez tuvo tiempo de librarse de un destino más cruel que el ser tachado de brujo o perturbado mental. Sentimientos extraños se arremolinaron en mi interior.  Si me convertí en pirómano, al menos no acabe con la vida de un ser humano. Inmediatamente otra preocupación tomo lugar en mí: él intentaría vengarse. 

Al amanecer del día siguiente, tuve una claridad en mis pensamientos como hacía días que no la tenía. Cruzó por mi mente el alejarme de este lugar. Un deseo más fuerte de quedarme me lo impedía. Esperaba que la autoridad del lugar me interrogara por el incendio ocurrido o la desaparición de mi vecino. Pasaban las horas de la mañana, ninguna persona osaba presentarse. Tal vez el incidente tenía una explicación más simple:  el incendio había sido accidental y mi vecino ya había aparecido; pero ¿y si era una estratagema de mi vecino para luego acusarme de este delito? Intentaba convencerme con mis propias deducciones de mi inculpabilidad. Lo logré solo parcialmente. En algún momento noté que una parte de la cerca de mi choza estaba chamuscada ¡Mis temores renacían! si mi vecino aún rondaba por aquí, ya había intentado vengarse ¿Y si el fuego de su casa se propago a la mía y no me di cuenta? Probablemente los vecinos apagaron también el fuego de mi choza y a causa de mi alteración fui inconsciente de ello.  Súbitamente, tuve el deseo de reiniciar mis trabajos de exploración. 

Sería alrededor del mediodía cuando decidí quedarme un par de días más; después de todo la amenaza de mi vecino podría haber desaparecido y con él, el  lamento nocturno. Podría estar ante las puertas de un descubrimiento único, mismo que me ayudaría a darle un giro a mi vida.  Con las herramientas que ya contaba, improvisé otras más que facilitarían mi trabajo. Me sorprendió la facilidad con que la tierra cedía ante mis esfuerzos. Fui dando a la cavidad una forma rectangular. Desenterré varios fragmentos de barro; ignoraba su valía, necesitaría el dictamen de algún experto en la materia. Tuve el temor de estar dañando un material de valor incalculable pero decidí no detenerme. Tenía que aprovechar el tiempo al máximo.

La noche me sorprendió sobre el yacimiento de objetos rotos; esperaba encontrar algo realmente valioso. Contaba con algunas velas. Encendí un par de ellas y continúe con mi labor. Estaba seguro que era antes de la medianoche, cuando choque con un objeto totalmente diferente a los cacharros desenterrados. Removí una cantidad más de tierra y acerqué una de las velas. No estaba preparado para lo que vi. Un cráneo emergía parcialmente del suelo descubierto. De la impresión tire la vela y tuve que recargarme en el borde del pozo que había formado; me tomó un tiempo recordar que ya había sido informado de la existencia de esta tumba. Me apresuré a remover la tierra para dejar al descubierto la totalidad del esqueleto. Los pobladores mencionaron que los huesos estaban bien conservados...había un detalle que no concordaba.   

Aún cuando mis conocimientos de arqueología eran limitados, no hacía falta datar los restos que yacían frente a mí, para saber que pertenecían a un hombre de la época moderna. Esta deducción la realice por sus trazas de ropa; de ninguna manera correspondían a épocas prehispánicas. Lo más sorprendente ¡el cuerpo estaba momificado! No obstante, lo más aterrador era su expresión. Había acudido a una exposición de momias hacía mucho tiempo, sus rasgos no las encontré del todo agradables, pero la momia que acababa de descubrir, superaba a todas las que había visto.  Las manos de la momia estaban unidas a su cabeza, como queriendo arrancarse algo invisible que la carcomía y un grito eterno se había materializado para la posteridad. 

El cuadro no podría ser más tétrico: un par de velas y un cuerpo momificado frente a mí. Estaba ahí sin saber que decidir. Lo que escuché en el exterior era más aterrador: un quejido lastimero se acercaba. Esa vez no se alejó de mí. Lo escuché rebasar la endeble barrera que suponía la puerta de mi choza. Un miedo implacable me carcomía. Reculé hacía un espacio imposible entre mi cuarto circular y la fosa recién abierta.

Cuando desperté, estaba acurrucado en una posición fetal en pleno suelo. Una sudoración excesiva me cubría el cuerpo entero.  Intenté incorporarme, mis articulaciones se movieron torpemente. Tuve una sensación de entumecimiento total en mi cuerpo. Existía un claro desfase entre mis deseos primarios y la ejecución de los mismos. Una envoltura adicional me cubría y controlaba mis gestos, cada movimiento, incluso las palabras como pude comprobar minutos más tarde. Quise solicitar ayuda, pero un sonido gutural escapo de mi garganta.  Desesperadamente intenté encaminarme hacia la puerta de mi choza. No lo logré. Fui arrojado contra el suelo. Una oscuridad turbulenta se cernía sobre mis sentidos.

jueves, 31 de marzo de 2016

Memorias de un nahual


Era la medianoche. Había un cielo muy hermoso, sin luna pero las estrellas suplían su ausencia. Un fuerte impulso de retozar en el campo lo consumía. Lo intentó una vez más. El resultado fue el mismo. Solo partes de un coyote asomaban en su cuerpo. Ya no lo intentaría nunca más, sería una deshonra para la memoria de sus antepasados y un ingrato para su amigo fiel.

Recordaba escenas cuando era un niño, tendría siete años a lo mucho. De visita en casa de sus abuelos paternos y algunos tíos.  Las casas de madera estaban dispuestas en círculo. Había un pequeño huerto  en la parte central del patio y el resto estaba salpicado de piedras grandes y pequeñas a manera de concreto. Ahí Jugaba a los trompos con su primos.  El ganador se decidía aquel cuyo trompo se mantuviera girando por más tiempo. El suyo siempre se mantenía girando, daba la impresión de que nunca se detendría.  Hasta que el disponía lo contrario, el trompo se quedaba inmóvil junto a los demás.

En una de esas ocasiones su abuelito, el viejo Isidro como le decía la gente, había observado el juego y dijo:

-Este niño tiene el alma muy despierta. Tiene el don.

-No diga eso suegro- respondió la mamá - mi Carlitos es un niño bueno.

-Estoy de acuerdo- dijo seriamente el viejo Isidro-  será uno muy bueno.

Carlos no entendió lo que su abuelo quiso decir.  Solo notó la seriedad de su mamá.

Pasaron cuatro años más. Una tarde Carlos se encontraba jugando a las escondidas en el traspatio de la casa de sus abuelitos. Uno de sus primos empezó la cuenta regresiva. Apenas si se preocupaba por esconderse. Por alguna razón cuando se lo proponía, parecía hacerse invisible.  La cuenta había terminado.  Había ahí una parvada de gallinas, guajolotes y patos. Se acercó lentamente para camuflarse, pero las aves se alborotaron. Esta vez su suerte había acabado, seguramente su primo lo encontraría.

Vio pasar a su primo. A pesar del alboroto de las aves no fue descubierto. ¿Cómo era posible?. Empezó a sentir un cosquilleo en el cuerpo. Quiso ponerse de pie pero parecía que su estatura se había reducido al de una gallina. Empezó a experimentar una angustia. Algo lo aprisionaba. Quiso llamar  a sus primos, pero un canto de gallo, o mejor dicho un intento de canto, se escuchó. Al mirar sus pies, vio las patas de un gallo.

De pronto estaba sentado en el suelo. Como saliendo de un desmayo. Su abuelito Isidro estaba sentado a su lado.

¡Soy un nahual! - gritó Carlos y empezó a sollozar.

No, no lo eres- lo abrazó su abuelito-   has aprendido a transformarte pero aún tienes que encontrar a tu nahual.

No, no quiero- gritó Carlos, ahora lloraba con fuerzas y estaba recostado en el suelo con las manos cubiertas- los nahuales son malos.

-También tengo un nahual- le confesó su abuelito- Tenemos el don.

No deseaba ningún don. Quería mantenerlo  en  secreto para siempre. Apretujaba en su corazón un fuego que lo consumía. No resistiría por mucho tiempo.  Como un río a punto de desbordarse, no bastaba un pozo para contenerlo.

Había pasado mucho tiempo sentado en el suelo porque el sol ya se había ocultado y las primeras estrellas se asomaban.  Por fin logró calmarse. Su abuelito seguía sentado en el suelo junto a él. Sin decir una palabra. Una inquietud empezó a nacer en Carlos.

-No recuerdo haber escuchado historias de nahuales buenos - dijo Carlos

-Ya los escucharás- dijo su abuelito.

-¿Cómo encontraré a mi nahual?- preguntó Carlos

-Lo verás reflejado en algún animal con el que más te identifiques - contestó su abuelito- Luego podrás tomar su forma. Deberás tener mucho cuidado. El animal que elijas, hablará mucho de ti.
Carlos aun parecía perdido en sus pensamientos. Intentaba asimilar lo sucedido.

-Es fácil perderse. -continuó su abuelito-  Deslumbrarse por el poder aparente, nos llevará a escoger al animal equivocado.  Te conducirá por caminos que causarán tu perdición, ya que no podrás controlarlo. Formarás parte de las leyendas de nahuales malvados que continuamente escuchamos. Más de uno mezcla diferentes animales.  Las quimeras no son buena idea.

¿Quién es tu nahual abuelito? - preguntó Carlos

-Silencio - la voz de su abuelito sonaba preocupado-   alguien ha escuchado nuestra plática.

Todo lo que alcanzo a observar fue la sombra de un gran pájaro que se perdía en el cielo. Debía ser un tecolote, la noche ya había llegado. 

-Seré tu guía por un tiempo - dijo su abuelito- De ahora en adelante debemos cuidarnos no solo de la gente ignorante sino también de los nahuales malvados. Por cierto, no reveles nunca tu nahual.

-¿Las nahuales mueren?- Preguntó Carlos.

-Habrás escuchado ya muchas historias de nahuales que han sido atrapados- le contestó su abuelito- Si, también mueren. Tal vez por las palizas recibidas. O por algún rito extraño que las personas hubieran seguido.

-No siempre tiene que ser así - la voz de su abuelito sonaba cansada- Cuando envejecemos, llega un momento en que nuestras fuerzas nos abandonan y solo quedan recuerdos de lo que fuimos alguna vez. Aún cuando nuestro espíritu se empecine por trasmitir esa juventud al cuerpo, no nos queda más que agradecer el esfuerzo.


-Tu nahual -concluyó su abuelito Isidro-  se irá primero, siempre es así.  El te lo dará a entender. Cuando eso pase deberás dejarlo en paz. Dale el descanso que merece. Agradece su lealtad. Luego, tu también te irás. Hazlo con dignidad, honrando siempre la memoria de tus antepasados. 

Arqueología cíclica


En medio del caos, unas voces se escuchan:

-Hemos provocado a la naturaleza y ella se ha vuelto contra nosotros.

-La extinción es inevitable ¿Quién contará nuestra historia?

-La naturaleza es una vasta biblioteca. Los arqueólogos, de la especie que nos reemplace, tendrán que descubrirla y descifrarla.

-Dejemos un mensaje para que sepan quiénes fuimos.

-Tal vez nunca lo comprenderán. Dirán que fuimos grandiosos y un meteorito nos destruyó.


Las voces se desvanecen, ahogadas por el rugido de la naturaleza.

Ruta 901



Mi estado de ánimo empezaba a decaer. Me levanté muy temprano para tomar el transporte público.  Los camiones de la ruta 901 pasaban, pero para mi consternación ninguno se detenía. Era obvio, deberían ir repletos. Al fijarme con más detalle, en uno de los camiones que no se detuvo, el pasillo estaba libre.  Por si fuera poco, algún pasajero se atrevió a arrojarme un papel; logré esquivarlo. Esas palabras largamente enterradas en mis pensamientos más oscuros parecía que hoy por fin estallarían en un grito demencial. 
Tal vez sería mi último día con empleo, pues una sentencia no dicha pesaba sobre mí a causa de mis retardos. Traté de aferrarme a esa esperanza de todo desahuciado: de querer vivir unos segundos más.
El tiempo transcurría y ningún transporte volvía a pasar. Un camión de la ruta 901 se acercaba. En mi desesperación por hacerme notar estuvo a punto de arrollarme. El camión se detuvo  ¡Por fin! No me importaba ir de pie, solo quería llegar. Mi pie izquierdo recuperándose de una fractura me causaba molestias, pero era más fuerte la incertidumbre de mi empleo, o del desempleo en todo caso, que minimizaba cualquier protesta de mi cuerpo. A decir verdad, había dejado de sentir dolor alguno; posiblemente mis preocupaciones habían bloqueado cualquier dolencia.
Si tan solo pudiera encontrar un asiento desocupado. Era poco probable conseguir un lugar. Me limité a pagar mi pasaje y di un vistazo al fondo del camión para evaluar donde acomodarme.
Lo que vi, me dejó sin habla; no solo había lugares disponibles, sino que los usuarios habían seguido un orden inusual para ocupar los asientos.  Mi asombro se debió a que la cultura del orden, en los transportes públicos, es nula. Los lugares, si hubieran estado numerados, estaban ocupados desde el uno hasta el veinte; fuera de ahí, los asientos estaban libres.
¿Debería seguir el orden o acomodarme en el lugar que mejor me pareciera? decidí lo segundo; elegí un lugar cercano a la puerta trasera. Este rincón me facilitaría al bajar.
Me chocaba el orden que habían seguido los demás pasajeros ¿Son estudiantes? ¿Acaso obreros? ¿Miembros de algún grupo religioso? esto último parecía los más probable. Hombres, mujeres, niños , jóvenes y personas de más edad componían el grupo delante de mí; era un grupo heterogéneo. Su vestimenta tampoco indicaba que pertenecieran a alguna institución educativa o que laboraran para una organización en particular.
Sería mi imaginación, pero no escuchaba plática alguna entre los pasajeros ¿Ninguno se conocía? Lo más raro, apenas noté que se movieran.
¿Había acaso una nueva etiqueta que seguir? Había notado que en algunos camiones había letreros tales como: “Prohibido fumar”, “No tirar  basura” “No distraer al conductor” “Asiento reservado”…etc. Claro, esto no impedía que en más de una ocasión, algún usuario pasara por alto estas reglas. No, no había en este camión leyenda alguna sobre cómo acomodarse en los asientos.
Ignoro cuánto habíamos avanzado, pero aumentaba en mí esa sensación de ser un trasgresor a alguna regla del orden, si es que había una nueva. Empezaba a sentirme incómodo. De pronto se me ocurrió, todo este asunto  podría ser parte de alguna broma como de tantas que vemos en la televisión o de algún estudio sobre el comportamiento humano.
En algún lugar debería estar una cámara grabando; tal vez más de una. Traté de comportarme de manera natural. Miré por la ventanilla, simplemente traté de fijar mi mirada en algún punto del horizonte. No lo logré. Busqué mi celular en mi bolsillo para consultar la hora;  vi los números pero sin estar consciente de la hora que representaban. Consideré la idea de llamar o enviar un mensaje a algún conocido; no tenía ganas de decir nada. Guardé mi celular. Era evidente que parecía incómodo, no estaba mostrando mi mejor cara a las cámaras.  Pensé por un momento en el libro que traía en mi mochila ¿Leer? Solo de considerar esa idea me produjo un mareo;  era una sensación que  experimentaba algunas veces  al intentar leer mientras el transporte avanzaba.
Apoyé mi rodilla derecha en el asiento de enfrente y recargué mi cabeza en el respaldo del asiento. Entrecerré los ojos y traté de dormir. No lo logré. Me pareció escuchar un susurro “Levántate”. Al abrir los ojos, tuve la impresión de que los pasajeros hacían el ademán de ponerse de pie.  El camión se detuvo. Todos los pasajeros volvieron a su postura anterior. Miré por la ventanilla. No alcancé a distinguir alguna parada oficial, pero sí un tumulto de personas a pocos metros de nuestro transporte. Parecían muy agitadas. Una sirena de ambulancia se escuchaba en la lejanía.
Segundos después, un hombre y una mujer abordaron el camión. Los dos eran de cuerpos rollizos, él de tez aperlada y ella de piel blanca. Sus aspectos se mostraban muy descuidados, como si hubieran estado bebiendo toda la noche y hubieran dormido en la calle. La mujer dejaba entrever un tatuaje en su brazo izquierdo. El hombre, quien cargaba una mochila negra, pagó el pasaje. Sus caras apenas si mostraron un ligero desconcierto al mirar al interior del camión. Pasaron a mi lado y se acomodaron en los asientos de la parte trasera. Murmuraban algo, no les preste demasiada atención ¡Malditos prejuicios!  En otros días sus presencias me hubieran causado una mayor incomodidad.  La inseguridad iba cada vez en aumento; los asaltos en los camiones eran frecuentes.
Si estaba en lo cierto sobre la broma o el experimento sociológico, habría cámaras en el camión. En vano Intentaba tranquilizarme. La inquietud volvía ¿Llegaré a tiempo? ¿Por qué ese orden y total calma de los demás pasajeros? ¿Nos asaltará la pareja que acababa de abordar el camión?
El sueño empezaba a dominarme cuando escuche pasos a mi lado. Luego lo que me temía. Una voz áspera y con palabras groseras se nos informaba que esto era un asalto. El hombre había avanzado hacia el frente del camión; sostenía una pistola en su mano derecha  y la mochila negra colgaba de su brazo izquierdo. La mujer, unos pasos detrás de mí, con palabras similares, dio a entender que también poseía una pistola y cualquier resistencia sería inútil. ¿Eran las pistolas reales? Mi desconocimiento en armas de fuego era total, aunque también pensé que podrían ser falsas. 
Me quedé helado, nunca antes había estado en un asalto. Los manuales de seguridad decían algo como: “Mantener la calma” “bajar la mirada y obedecer” “No resistirse” etc.  Si las seguía no era por el manual, estaba paralizado;  esperaba mi turno para ser despojado de mis pertenencias.
Algo pasaba. El tipo armado empezaba a proferir palabras altisonantes al primer pasajero.  Todo indicaba que este usuario desconocía el protocolo y su resistencia a las órdenes del maleante auguraba un final trágico. Dentro de mí,  un susurro:  “Levántate” y una nueva palabra “Tira tu arma” esto último no parecía dirigido a mí sino a los asaltantes.
No daba crédito a lo que veía. Todos los pasajeros como impulsados por un mismo pensamiento se ponían de pie. Los que podían, según lo permitía el reducido pasillo, avanzaban al frente sin articular palabras. La voz interna opacaba la voz de los asaltantes, quienes amenazaban con disparar si se hacía un movimiento más. Seguramente cumplirían su palabra ¿Qué les impedía hacerlo? Me sentía flotar. El asaltante que estaba frente a todos, fue encarado por los pasajeros. Estos últimos sin decir nada y de forma mecánica extendieron su manos hacia el maleante. En unos segundo su voz se fue apagando. La voz interna se hacía más intensa “Tira tu arma”. Ningún disparo.
Sé que la mujer que acompañaba al hombre, seguía unos metros detrás de mí, o tal vez estaba intentado abandonar el camión. Aún escuchaba su voz, pero se adivinaba un miedo real en sus intentos de amenaza. Seguramente el temor la impulsaría a  accionar su arma. La voz seguía repitiendo “Tira tu arma”.
Todos los pasajeros se dieron media vuelta. Hasta ese momento no había tenido tiempo de ver sus caras de manera detenida. Sus rostros reflejaban una total ausencia de emociones. Las miradas perdidas. Casi sentía el roce de sus cuerpos al pasar a mi lado. Cuerpos que expelían un frío indescriptible.  La voz ya no era  un simple susurro; era un grito en mi interior  cada vez más intenso:  “Tira tu arma” “Tira tu arma”…
Tal vez me quedé dormido  o  me desvanecí por lo que acababa de suceder. Cuando abrí los ojos, pensé que había tenido una pesadilla. Después de todo, si hubiera sido parte de un experimento o una broma, ya deberían de estar  tratando de explicarme lo sucedido.  O bien, si el asalto hubiera sido real, la policía debería haber llegado para cumplir el protocolo y, por supuesto, el alboroto de los pasajeros sería evidente. Nada de lo anterior se observaba.
Entonces ¿todo seguía igual? No en realidad. Estaba sentado justo detrás de los otros pasajeros. No se escuchaba ninguna voz. Intentaba pensar en algo, pero las ideas llegaban a duras penas.  Tenía la rara sensación de  que mis pensamientos eran escuchados, como si estuviera hablando en voz alta.
Mi lugar, si los asientos estuvieran numerados, sería el veintiuno. Lo más sorprendente,  a mi lado estaba una persona ¡era la mujer asaltante! Su mirada perdida y  su rostro carente de toda emoción.
Sentí un estremecimiento en mi interior. Mi capacidad de razonamiento fue debilitándose.  Una fuerza más poderosa que mi fuerza de voluntad succionaba mis emociones positivas. Despertaban en mí los pensamientos más tenebrosos que hubiera podido concebir.  Sentía el fluir de esas emociones negativas.  Alcancé a comprender que  era la energía que movía ese transporte infernal. Las reminiscencias de lo que fui, intentaban en vano poner una última resistencia ¡Lucha inútil! El calor abandonaba mi cuerpo dando lugar a un entumecimiento,  que paulatinamente me sumía  en una inconsciencia total.  
Ignoro lo que sucedió después. Me veo firmando mi carta de renuncia voluntaria. Seguramente no creyeron mi versión de ese día ¿Habré explotado y las frases, en otros días impronunciables, salieron a flote? Tal vez no  les quedó más remedio que exigir mi renuncia.
Salgo a la calle. Un impulso irresistible me hace reparar en los rostros de las personas.   La sangre se me congela; ellos están ahí. Entes que les han sido arrebatadas sus identidades para formar una sola conciencia, donde las emociones positivas han sido suprimidas. Camuflados entre el gentío; nadie parece notar sus presencias. Sé que vigilan mis pasos. Ignoró sus oscuras intenciones o, lo más factible, ni siquiera sean sus intenciones. Lo que es más extraordinario, desconozco porque me fue devuelta mi identidad.
Me temo que la revelación de mi experiencia, se traduzca no solo en  incredulidad sino en una probable visita al psiquiatra o, aún peor, ser etiquetado como un perturbado mental sin remedio. Un sentimiento desconocido me carcome el alma al pensar en el viaje de regreso y tener que tomar el transporte público. Tal vez no exista viaje de regreso. 
En mi mochila tengo pluma y papel.  Un extraño impulso me hace escribir mi historia. Arrojaré esta nota a manera de advertencia a las personas que aún esperan la ruta 901. Es una advertencia que no se leerá; lo sé, a mí me sucedió. 

Desviación temporal



No vayas a la ciudad Maximino-le decía su padre- quédate conmigo a trabajar la tierra. Todo es cuestión de trabajar duro para tener buenas cosechas; no nos faltará de comer.

Tengo que ir- le contestó- si bien la tierra nos da para comer, pero necesitamos dinero para otras cosas. Por aquí el trabajo es escaso y mal pagado.

Eres el último que me queda -continuó su padre- Mira lo que pasó con don Pánfilo, murió en el olvido. Sus dos hijos se fueron. Primero los dos venían a verlo, luego solo el menor; cada vez pasaba más tiempo para que volviera a tener noticias de ellos. Sus maneras de hablar cambiaron. Todos cambian, se olvidan de nuestras costumbres, de sus padres...

Eso no pasará conmigo-contesto Maximino.

Tú mamá y yo ya estamos viejos -lo interrumpió su padre- pero yo aún puedo seguir trabajando algunos años más. Ya no trabajo para mí, es para ustedes o para el que aún quiera vivir de estas tierras.

Maximino escuchaba sin interrumpir a su padre; solo era por respeto. Él ya había tomado una decisión.

Las palabras de su padre, aún retumbaban en su mente de vez en cuando. No recordaba el tiempo desde que dejó el rancho de sus padres. Había muchas cosas que ya no recordaba de él mismo.

Se había acostumbrado a vivir en la ciudad, aunque tenía la sensación de pasar desapercibido la mayor parte del tiempo.  No extraña sentirse así. Con tanta gente yendo y viniendo, cada quien preocupándose de sus propios asuntos. Al principio, Maximino pensó que se encontraría con algún conocido; esa esperanza se fue desvaneciendo.

Estaba ahí, en una parada de camiones. Veía el continuo ir y venir de la gente. Algunos desayunaban a toda prisa en los improvisados puestos de comida. Otros simplemente parecían apurados al caminar o desesperados porque su transporte se demoraba en pasar. No entendía ese continuo ajetreo de la gente. Por el contrario, él conservaba la calma; como si el tiempo se hubiera detenido y se hubiera puesto a su disposición para decidir el mejor momento de partir.

Maximino, sin proponérselo, alcanzó a escuchar una plática sobre un accidente ocurrido en esta parada de camiones hacía más de cuatro años; alguien murió. Deseó no haber escuchado esa plática ya que un temor desconocido se apoderó de su alma.

Buscó refugio en sus recuerdos sobre la celebración de Día de Muertos en el mes de noviembre; una manera única de honrar a los difuntos. Regresaba a las veredas tapizadas con pétalos de flor de muerto o  Cempoalxóchitl - en lengua indígena, que para Maximino era ya un vago recuerdo, significa flor de veinte pétalos.  El ladrido de los perros retumban en su memoria como cuando estallan los cohetes anunciando la llegada de las ánimas. Los murmullos de la gente hablando de sus muertos, quienes con toda seguridad los estaban visitando en estos días. El aroma y el humo que desprende el copal, se esparcen en las casas para dar la bienvenida a vivos y muertos. Para las ánimas cansadas se acomodan ofrendas variadas en los altares de carrizos  formando un arco, forrados con ramas de palmilla o limonaria  y, por supuesto, adornados con ramilletes de flores de muerto.

Estaba sumergido en sus pensamientos cuando de entre todas esa personas le pareció ver un rostro conocido. Era un hombre de edad avanzada, con la piel tostada por el sol, vestido con ropas de manta, huarache de cuero y sombrero de palma. Traía en sus espaldas un saco, al parecer muy pesado aunque parecía muy contento de llevarlo. Esto era muy extraño. Estaba tratando de recordar de donde le conocía, ya que poca gente, incluso en su lugar de origen, aún utilizaba estos atuendos.

¿Como estas Maximino?- le preguntó de pronto

Muy bien, ¿y usted como esta?-Maximino quedo sorprendido. No era su imaginación, al parecer él viejo le conocía.

Estoy muy bien- replicó el desconocido con una amplia sonrisa - un poco cansado pero contento con los regalos que mi hijo me preparó este año. Descansaré un poco.

¿Su hijo? - preguntó Maximino- ¿quiere decir que él vive aquí?

En realidad, dos de ellos- le contestó- pero solo el menor se acuerda de mí. Por cierto, ¿por qué no volviste con tus papás? 
Tengo planes de ir a visitarlos este año- contestó Maximino, cada vez mas confundido. Por más esfuerzos que hacía, no lograba recordar quién era su interlocutor.

Tu papá viene a verte - le dijo- Se canso de esperarte. Piensa que te extraviaste en el camino.

¿Mi papá?- esta noticia lo tomó por sorpresa- pero ni siquiera sabe dónde encontrarme, además el nunca ha estado fuera del rancho y mucho menos haría el viaje a la ciudad.

Sí que lo sabe- le dijo el viejo- hicimos juntos este viaje.

Seguramente estaba soñando. Su papá nunca vendría a la ciudad. Cada vez veía caras más conocidas, pero sus atuendos o actitudes no correspondían con la gente de la ciudad. Sus vestimentas eran sencillas, el color blanco predominaba, la mayoría de las personas parecían muy felices. Los hombres cargaban bultos en sus espaldas y las mujeres canastos sobre sus cabezas. Entre sus pláticas, expresaban su alegría por los regalos que habían recibido. Incluso la calle se había transformado, parecía cubierta por una alfombra amarilla.

Entre la multitud, pudo distinguir a su papá. Su aspecto era diferente de como lo recordaba, ya no parecía triste. También él cargaba un bulto entre sus espaldas.

¿Qué hace usted aquí? - le preguntó Maximino.

¡Hijo! me alegra mucho verte- contestó su papá - Casi cinco años desde que te vi por última vez ¿Por qué no volviste? Alguien dijo que habías sufrido un accidente, nunca supe la verdad. Me temo que no reconociste el camino o en realidad nunca supiste cómo llegar.

No son tantos años papá - Maximino abrazó a su papá - No haga caso de lo que dice la gente. Estoy muy bien. Además planeaba ir a visitarlos en este año ¿Cómo está mamá?

Sigue esperándote - contestó su papá con un acento de tristeza - es ella quien me ha preparado estos tamales y dulces de calabaza que llevo; aún no ha querido hacer el viaje conmigo. Tu mamá mantiene la esperanza de tu regreso y prefiere que la encuentras en casa.

¿Quiénes son todas estas personas?-Preguntó Maximino- se me hacen conocidas pero no sé dónde las he visto.

No te preocupes hijo- la voz de su papá era una mezcla de tristeza y alegría- ahora que te he encontrado vendrás con nosotros. Poco a poco vendrán a ti los recuerdos y reconocerás a nuestros compañeros de viaje. Con el tiempo sabrás mas de ti.

Se vio de pronto en medio de la multitud; era una procesión de la cual no se veía el final. Todos en perfecto orden. Algunos sostenían velas encendidas. Tomó la carga de su padre y se la echó sobre su espalda. Continuaron el camino formado por pequeños pétalos de flores amarillas; el humo del incienso cubría el camino, mientras en las alturas estallaban los cohetes despidiendo a los difuntos hasta el próximo Día de Muertos.

miércoles, 30 de marzo de 2016

Un día ordinario


Una flor gigante nació en medio de la calle. Se abrió paso a  través del burdo pavimento. Nadie sabía su nombre.  Nadie supo quien la plantó. Un aroma suave y dulce se percibía a decenas de metros. Se necesitaban ocho personas tomadas de la mano para rodearla. Su belleza contrastaba con las construcciones grises y el pavimento negro. Solo el alba competía con lo extraordinario de esa mañana.
La gente se arremolinaba en derredor de la planta. Los más afortunados consiguieron ver la flor; los menos solo escucharon rumores de lo sucedido.
Un  naturalista vino y dijo:
-La nombraré Bellis Perennis Titanum.
El alcalde vino y dijo:
-De acuerdo al uso de suelo, este arbusto obstaculiza nuestros planes de crecimiento urbano; ordenaré que sea removido de inmediato.
Los defensores de la naturaleza aparecieron; formaron un círculo en derredor de la planta y dijeron:
-Impediremos que sea destruida, ¡no nos moveremos!
Un diputado, que por casualidad pasaba por ahí, dijo a la multitud:
-Será mi propuesta ante al congreso,  para que sea incluida dentro de las especies amenazadas. Yo si escucho al pueblo.
Los automovilistas dijeron:
-Liberen el tráfico.
Los reporteros redactaron sus notas: "Ecologistas protestan de nuevo" "Polémicas declaraciones del alcalde" "Diputado se destapa para gobernador" "Caos vial en la ciudad"  etc.
En medio de la confusión, la flor liberó polen, mismo que se esparció en distintas direcciones  sin que nadie lo notara. Pronto empezó a marchitarse. Nadie pareció importarle. Tal vez el polen producía una alergia muy particular o,  la explicación más probable,  es propio de la flores gigantes: nacer, crecer, florecer y  marchitarse todo en cuestión de minutos; tal vez horas.
Era un fenómeno digo de admirarse. Del brote se desprendían pétalos marchitos; la raíz y el tallo empezaron a desquebrajarse. Se formó un remolino muy fuerte; sus vientos terminaron por barrer la mata reseca. En el lugar que ocupaba la raíz, solo quedo un boquete más. Ninguno de los presentes daba indicios de ser consciente de lo sucedido.
De pronto alguien dijo:
-Tanto alboroto por un bache; ni es tan grande.
La multitud se dispersó. Los automovilistas avanzaron de forma desesperada. Los hundimientos han aumentando exponencialmente; todos lo atribuyen a la mala calidad del material con que fue construido  el pavimento y a la nula acción del alcalde para remediarlo.

Solo los rumores siguieron extendiéndose: "Los ecologistas siempre protestando..." "Quien atenderá el problema de los baches..." "¿Flores en la calle? estos reporteros..." "Apoyemos al diputado para gobernador..."